–Tu lo has dicho, por siempre. No en vano soy llamado el astro rey. Debes saber que no hay imposibles para mi. Escucha con atención, pero ten en cuenta que no será tan fácil como imaginas.
Con un poco de esfuerzo alcanzarás tu sueño mi estimado.
–Te escucho y haré cuanto me digas porque mis días son tan largos que ya no puedo soportar estar lejos de mi adorada luna.
–Ya cállate. No soporto tus comentarios salameros, pero bueno, te diré de una vez por todas lo que debes hacer. Ten en cuenta que no puedes parar en ningún momento, porque si lo haces no podrás lograrlo. Debes sobrevolar los Andes.
–¡Pero qué fácil! Eso lo hago sin ningún problema –interrumpió el cóndor.
–No tan fácil plumífero ingenuo. Deberás hacerlo desde que yo salgo hasta que me esconda en el mar.
–¡Lo haré mañana! –contestó emocionado el cóndor mientras desplegaba sus grandes alas cruzando el viento mientras los aires se abrían vencidos por su imponente vuelo.
El cóndor esperó la noche y al encontrarse con la luna le contó lo que pensaba hacer pero la luna le dijo temerosa:
El cóndor esperó la noche y al encontrarse con la luna le contó lo que pensaba hacer pero la luna
le dijo temerosa:
–Nuestra felicidad está en cada noche, no la arriesgues. ¡No lo hagas cóndor!
¡Te está engañando! Pero el cóndor no escuchaba, solamente pensaba en hacer realidad
su sueño a costa de lo que sea para lograrlo.
Al día siguiente mientras el cóndor volaba lleno de esperanza intentando demostrar su fortaleza, el Sol arremetía con sus rayos hasta agotarlo. Al atardecer el cóndor se sintió mal. Sus fuertes alas ya no lo sostenían, sin saberlo estaba perdiendo la vida en esa entrega pero no se dejaba
vencer pensando:
–¡Ya casi lo logro!
El Sol reía a carcajadas al ver al cóndor volar zigzagueante por los aires. Entonces gritó tanto que la luna lo escuchó:
–Eres un iluso cóndor. Lo que tu tanto quieres solamente te lo da la muerte. Pronto estarás con tu amada y nada los va a separar. Yo te lo prometí y cumplo, estarán juntos para toda la eternidad.
El vuelo del cóndor empezó en caída.
De pronto, todo se oscureció. El cóndor vió un anillo blanco en el cielo oscuro. Era la luna que sin poder soportarlo que le estaba pasando había ido en su ayuda creando un eclipse que ocultó al Sol.
–Ven conmigo mi amor. Te llevaré allá donde no existe la maldad –le dijo la luna y el cóndor con su último aliento voló hacia ella para entrar a un túnel oscuro.
El cóndor emocionado exclamó: –¡Estaremos juntos por siempre!–
–¿Estoy muerto? preguntó el cóndor.
No, no lo estás. Tuviste un sueño y ya despertaste –le contestó la luna para continuar diciendo:
–¡Vuela cóndor, vuela! –y el cóndor voló y voló y desde aquel día aprendió a esperar cada noche
para ser feliz con la luna, comprendió que iluso es quien quiera cambiar el destino.