Recién regreso de pasear a Helga,
mi perra Rottweiller bastante entrada en años. Según lo que me dice Martín su
veterinario, es como una ancianita de 90 años. Y la verdad ya se comporta como
tal aunque aun asusta a la gente cuando la ven. –¡Cuidado con su perro señora!-
me dicen algunos con mala cara y pasan acelerando el paso. –No muerde…- les digo, -…esta viejita. -¡Y esos dientes!-
se ríen al ver que Helga se les acerca y les pone la cara para que le hagan
cariño. ¡Si se hace querer mi mascota de lo grande que es y de lo dócil!
Justo ahora anda con un collar
que se llama isabelino y que la protege de rascarse una herida que tiene en el
cuello. Bueno esto ya fue la última opción de un mes y medio de curaciones
porque la bandida se rascaba en la noche o cuando nadie la veía. Aunque al
principio me dio mucha pena porque se chocaba con todo, tuve que hacer de
tripas corazón para dejarla y bueno, valió la pena porque se esta curando. Creo
que dos semanas serán suficientes, al menos, así lo espero. No pude dejar de
tomarle unas instantáneas al ver lo efectivo y práctico que resulta el collar,
porque puede comer, tomar agua y darse unas buenas siestas sin ningún problema
y mantener esa cara de ¡todo lo que tengo que hacer para verte contenta!
Este animalito tan dócil fue
punto de partida para uno de mis cuentos en Ciudad Joven-Cuentos Urbanos. Hasta
fue retratada en carboncillo para las ilustraciones. Bueno los dejo con…La
mascota que no quería irse de casa
La mascota que no quería irse de casa
En el nuevo centro comercial de Los Olivos, Marité distraída miraba una que otra prenda por los grandes ventanales mientras preocupada pensaba en el futuro de su mascota, la misma que estaba a su lado muy bien sujeta. Helga, era una hermosa perra de raza rottweiler de apenas cuatro años de edad y Marité la sacaba a pasear todos los días.
Marité vivía con su mamá, su padre había muerto cuando ella era sólo una pequeña niña de tres años. Ahora estaba por cumplir los catorce. Su mamá se volvío a casar, con un señor llamado Ernesto, a quien no le gustaban las mascotas. Igualmente, a Helga no le gustaba Ernesto y lo demostraba alejándose de él apenas lo veía.
Desde que la conocío, Ernesto, cuando era enamorado de Adela, la madre de Marité, mandaba a encerrar a la perra para no tenerla cerca. La verdad es que nunca le gustaron los perros y menos al darse cuenta que la enorme mascota los privaba de viajar por no tener con quién dejarla.
El cariño de la niña hacía su mascota creció desde que la conoció. Eso ocurrió cuando fue a una veterinaria. Acompañaba a su mamá a entregar unos frascos de shampoo para perros de la compañía donde trabajaba. Desde un inicio, le llamó la atención las grandes patas de color dorado que salían de una gran caja de cartón sobre el mostrador.
Al acercarse y descubrir que era una cachorrita muy gorda, intentó hacerle cariño pero inmediatamente, la perrita se escondió.
El doctor, dueño de la veterinaria, le dijo que ese animalito era muy asustadizo y desde que lo habían traído, sentía temor por todo. A Marité le dio mucha pena, pensando que de seguro ese animal había sido maltratado y que ahora sabía Dios a dónde iría a parar. Precisamente, cuando el veterinario le dijo que de repente se la llevaban a una chacra lejos de la ciudad, a Marité le dió mucha tristeza. Sabía que una perrita de raza tan grande estaría amarrada y la utilizarían como guardiana. Sin pensarlo dos veces, convenció a su mamá de comprar a la pequeña Helga, que así se llamaba la perra y nunca le cambio de nombre.
Al llegar a casa, se convirtieron en grandes amigas, jamás se separaban. El único inconveniente era que su mamá no le permitía meter a Helga en la casa. Pero la mascota se las ingeniaba para estar cerca de su pequeña dueña, moviéndose de un lugar a otro del patio donde estaba, conformándose con verla por la ventana o escucharla. Para evitar que la perra ensucie dentro de la casa, Marité la sacaba a las siete de la mañana y a las ocho de la noche en compañía de su empleada Juana, la misma que difícilmente podía mover al enorme animal si Marité no se lo ordenaba.
Al principio, la perrita inspiraba el cariño de los vecinos. Con el tiempo el temor se apoderó de ellos. Sobretodo con la mala reputación que tienen estos perros rottweiler, que a decir verdad, es sólo una mala reputación. De mañana, cuando no había gente, Marité salía con la perra y le quitaba la cadena. Eso no era ningún problema porque Helga al ser temerosa, no se apartaba de su lado más de dos o tres metros. Inclusive y lo curioso es que constantemente era perseguida por un pequeño cascarrabias, un perrito shi-tzú que vivía a una cuadra de su casa y que se daba el lujo de acosarla. Helga, al verlo, retrocedía o a lo más se le acercaba para olerlo, algo que dejaba paralizados a los vecinos pensando que en cualquier momento se lo comería. Pero qué difícil explicarles a todos una y otra vez que Helga era un animal muy manso. Para evitar los comentarios y las eternas llamadas de atención de los vecinos y a veces, las llamadas al Serenazgo, Marité le ponía la correa y sólo en las mañanas, la dejaba correr a sus anchas en el parque.
Así pasaron los años. Hasta que la mamá de Marité se casó y los problemas se hicieron cada vez más inaguantables. Ernesto, el nuevo papá de Marité, se encargó de hacerle la vida imposible a Helga. Tanto era el fastidio que le tenía que cuando no estaban su mamá y ella le dejaba la puerta abierta de la casa y le decía:
-Lárgate, perra inútil.- pero Helga se metía a su casa asustada. No era la primera, ni sería la última vez que Ernesto con engaños la dejaba fuera de la casa o le dejaba la puerta abierta para que se vaya. La respuesta era siempre la misma, Helga se metía a su casa asustada o se quedaba apoyada en la puerta hasta que llegara su ama quien muy preocupada la hacía entrar. Todo esto que hacía Ernesto cuando no estaban Marité y su mamá fue revelado por Juana, la empleada, quien también quería mucho a Helga. La señora Adela estaba muy apenada pero no sabía cómo resolver la situación. Indudablemente, recibió las críticas de toda la familia, de esas que nunca faltan, al no querer deshacerse de la mascota de su hija. Hasta que cansada de las discusiones con su esposo decidió regalar a la perra a un amigo que vivía tan solo a unas cuadras de su casa, convenciendo a su hija que podía ir a visitarla cuando quisiera. La pequeña aceptó para evitar las discusiones que casi todos los días se daban en su casa.
La despedida fue muy triste. Marité no dejaba de llorar. Pocos días después, tocaron la puerta de la casa a las diez de la noche. Era Humberto, el amigo de su mamá con la perra a un lado y con una cara de consecuencias. Resultó ser que el vecindario se volvía loco con los aullidos de Helga y en bien de todos la daba por devuelta. Adela se disculpó por lo sucedido, miró a su hija y ambas rieron cómplices, recibiendo entre abrazos a su temblorosa mascota que asustada metía su cabeza por debajo del brazo de su pequeña ama como pidiéndole protección. Marité le prometió a Helga no dejarla nunca más. La llevó al patio de la casa entre saltos y piruetas del animal que corría de un lado a otro de contenta. No obstante, el gran problema era lo qué iba a suceder con su marido cuando se enterase del regreso de la mascota. Pero las cosas no resultaron tan graves. La mamá de Marité estaba embarazada, lo que contribuyó a que Ernesto se vuelva más tolerante y acepte nuevamente a la perra pues no quería ver triste a su esposa. Pero eso sí, puso nuevas condiciones en la casa.
-El animal debe estar sólo en el patio interior, no dentro de la casa y no quiero que se me acerque.
Marité y su mamá aceptaron inmediatamente. Estaban muy felices de tener a su engreída nuevamente.
Pero las cosas no quedaron ahí. La estancia de Helga cambió de un momento a otro cuando nació la pequeña María José. Con la atención de la pequeña, Helga fue quedando a un lado y era cada vez menos el tiempo que su ama podía jugar con ella. Luego, vino la mudanza de San Miguel a Los Olivos, a una casa más grande y la mascota se desvivía por encontrar a su pequeña ama detrás de los grandes ventanales.
-Saquen a ese animal de la ventana que está babeando las lunas. Pónganle una cadena y amárrenla en la azotea.- gritaba una y otra vez el marido de Marité, siempre mortificándolas con el tema de la mascota. Pero esta vez, Marité no iba a permitir que la encerraran, motivo que le costó más de una pelea con Ernesto, su malgeniado nuevo papá.
Hasta que un día domingo, un ladrón, que días antes había estado husmeando por el lugar, entró a la casa cuando Marité y su mamá acababan de salir para hacer las compras de la semana. Pensando que no había nadie en la casa, el maleante ingresó. Al ser sorprendido por el esposo de Marité, quien se había quedado dormido en el dormitorio de María José, el ladrón sacó un filudo cuchillo y amenazó con herir a la bebé. Ernesto al ver que su hija podía ser herida, retrocedió.
Fueron unos momentos terribles. Cuando Ernesto decidió enfrentar al maleante, un gran ruido lo detuvo. Parecía una explosión. Helga, que vio lo ocurrido, había dado un salto hacia la enorme ventana de la sala, rompiéndola para enfrentarse al malhechor.
El ladrón, en su intento por defenderse del enorme animal, le clavó varias veces el puñal. Helga parecía dejar la vida por proteger a su amo sin hacer el menor intento por soltar al villano a pesar de las heridas. Con una lámpara de bronce, Ernesto golpeó al ladrón haciendo que se desmaye. Al encontrar a la perra tirada a un lado, llena de sangre, no pudo contener las lágrimas.
-No lo puedo creer, yo que tanto te he recriminado, hoy María José y yo te debemos la vida.
Luego de amordazar al delincuente, alertar a los vecinos y dejarles a su pequeña hija, cargó con mucho cuidado a Helga, la metió a su automóvil y la llevó al veterinario más cercano. Fueron momentos muy tristes los que pasó en ese momento el arrepentido marido de Adela. Cuando el médico salió a recibirlos, con una mirada triste Ernesto le dijo:
-Sálvela, doctor, este animalito le ha salvado la vida a mi pequeña hija y a mí.
Luego de una larga espera salió el veterinario y dijo:
-Su perra es un roble, de milagro está viva. Le he puesto cincuenta y dos puntos. Pase a verla, está fuera de peligro. Es increíble cómo ha podido resistir tantas heridas.
Una alegría enorme inundó el corazón de Ernesto mientras agradecía al veterinario. Al ver a Helga moverle la cola, se le hizo un nudo en la garganta. Le hizo cariño y esa fue la primera vez que sintió que ese «animal» como le decía, le había devuelto su lado humano.
Luego, al llegar con la perra, Adela y Marité corrieron al auto a ver a su mascota herida, alarmadas por lo que los vecinos le habían contado. Unos días después, la perra corría de un lado a otro de la casa y esta vez, dentro de ella. Se convirtió en la engreída de la familia, inclusive de Ernesto, quien le traía huesos casi todos los días cuando llegaba de trabajar.
Sí que cambio la vida de Helga. Desde entonces, era una más de la familia y Ernesto no dejaba de decir a sus amigos que estas pequeñas mascotas que mueven la cola y están siempre a nuestra disposición son los mejores amigos del hombre.