En el post anterior te presente el cuento
El cóndor y la muerte
Ahora una parte del cuento, El Cóndor y el cactus.
El cóndor enamorado de la luna
estaba feliz cada tarde cuando el sol
se apagaba y el cielo se tornaba naranja
para dar paso a la noche momento
en que su amada luna aparecía.
–¡Siento que voy a estallar
de felicidad!– esclamó el cóndor
mientras su corazón aceleraba su latido
esperando el encuentro con su amada.
El cóndor reía y era
tanta su felicidad que tenía un aura
brillante alrededor, de pronto su plácido
vuelo se vió interrumpido
al escuchar:
–¡Te odio!
¡Ay! te odio. ¡Ay! Cómo me duele
tu felicidad –decía amargado
un cactus en el desierto, y en cada
grito de dolor una púa le salía para
luego seguir quejándose:
–Cómo no vas a ser feliz, si lo tienes todo.
Yo en cambio estoy anclado en este desierto
que me seca y ahoga.
–¿Te quejas de mi? –le
preguntó el cóndor.
Si de ti y de tu alegría, de toda la felicidad
de la que eres dueño y ahora la vomitas
frente a mi. ¡Ay! –gritó una vez más
el cactus, y otra espina le salió.
–¿Qué culpa tengo yo de lo
que te pasa querido cactus? –le
dijo el cóndor y el cactus
malhumarado le contestó:
Estoy harto de ti y los de tu raza.
¡Eres un ignorante! Acaso crees que
vine caminando o tal vez, volando.
No, un ave entrometida como tu dejó mis
semilla en este árido desierto de lo contrario
estaría en la ciudad, o en algún bosque o parque
deleitando mi vista. Sin embargo pasan los días
y no veo a nadie, no converso con nadie y
por eso espero mi final sin ilusión.
¡Ay! –volvió a gritar el cactus y
otra espina le salió.
El cóndor para no enemistarse y
llevar la fiesta en paz con el cactus le
pidió disculpas:
–Lo siento, yo no lo sabía.
Pero espérame haré algo por ti –diciéndo
esto el cóndor se fue y
en breve regresó.
El cactus sintió agua fresca
recorrer su cuerpo, mientras
el condor le decía:
–¡Ahora estás feliz!
Pero el cactus contrariamente
a lo que pensaba el cóndor le increpó:
–Insensato, harás que me
pudra con tanta agua. No
necesito de esa agua porque yo me
alimento del agua profunda del suelo.
–¡Te odio! ¡Ay! te odio –decía
el cactus ante el asombro del cóndor y
dos púas más asomaban en su
verduzco cuerpo.
–Lo siento, lo siento.
No quise hacerte daño.
Mejor me voy y te dejo tranquilo,
no quiero importunarte –le dijo el
cóndor y alzó vuelo, el cactus al ver que
se quedaría solo le suplicó:
–¡No te vayas! ¡Espera, espera! En verdad
no tienes la culpa de nada, me he vuelto
amargado y sombrío, lo reconozco.
El cóndor sintió lástima del
cactus y todo ese odio que cargaba
porque en cada ataque de ira que tenía
lo ínico que conseguía era llenarse de púas.
Entonces bajo y le dijo:
Dime cactus que puedo hacer por ti para
que no me odies tanto y no te sigas
haciendo daño.
–¡Ay, Ay! –se quejó el cactus y dos
nuevas púas brotaban.
Apenado le dijo
al cóndor:
–Lo siento. Aunque lo intente
no me puedo controlar con este odio
que tengo dentro, me siento tan solo y
le hecho la culpa a cualquier ser que pase
por estos lares. Por eso, cuando te oí reír
y gritar tu felicidad te odie, al igual que a
todos los que he visto antes. También te
desee mal, y quise incarte con mis púas
pero ahora siento que eres un ser
bueno y que en verdad no
me has hecho mal.
!Ay!
–¿Qué pasó ahora? ¿qué hice?
–le preguntó el cóndor al ver una nueva
púa aparecer y el cactus sin darle
importancia le contestó:
No es nada. Ya te dije que no me puedo
controlar, aun siento envidia de tu felicidad.
Por eso te quiero pedir un favor.
¡Ay, Ay! se quejó el cactus y dos púas
más abrieron su cuerpo.
El cóndor apresurado
le dijo:
©ontinúa
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