El diario El Comercio esta promoviendo la creación literaria con una apuesta muy interesante. Ha pedido que realicen un cuento de 600 palabras de tema libre. Lo cual me parece muy bueno ya que van a ser publicado todas las semanas dos cuentos seleccionados. Luego al año se va a publicar un libro con todas las entregas. Me parece motivador para todos. Yo me animé a enviar un cuentito que tenía dando vueltas en la cabeza y el cual me hace sonreír. Aquí se los dejo:
Garrapatán y Tetete
Tetete era un perro chusco que había sido abandonado en un mercado
cuando tenía apenas tres meses. Sus padres eran un doberman cruzado con una
perra peruana sin pelo.
En verdad, era un perro de singular apariencia. Sin pelo. De
piel oscura en verano, y clara en el invierno. La verdad es que sufría de
insolaciones constantes, por eso andaba por la sombra. Era como si tuviera un
mapa dibujado en la piel. Tenía las orejas hacía atrás pero casi siempre
estaban paradas porque todo le daba miedo y paraba siempre alerta a lo que
ocurría a su alrededor. Sus ojos lo
heredó del padre ya que eran pequeños y oscuros. De la forma de la cabeza, era
verdaderamente indescriptible. Bueno en realidad alargada y casi filuda con
unos cuantos pelos largos en la frente. Sus patas eran alargadas y sus uñas
negras.
Su carácter era muy amigable, aunque la gente lo botara de
todos sitios por ser un perro realmente feo. Mostraba los dientes a quien se le
pusiera delante en plan amigable, pero por ello al principio solo recibía
patadas y maltrato, ya que la gente pensaba que era agresivo.
Cuando Tetete ya era un perro adulto, se había metido en el
corazón de la gente de un barrio populoso. Los vecinos le daban comida, lo
bañaban y hasta le habían hecho una casita en el puesto de periódicos de la
esquina más transitada. La misma que quedaba al costado de una panadería. Hasta
estaba inscrito en la municipalidad a nombre de la Señora Rosa, la dueña del
quiosco.
Tetete había aprendido a llevarle el periódico al señor Guillermo, dueño de la panadería, a don
Belisario dueño de la cebichería y así podría enumerar unos siete vecinos que a
diario esperaban a Tetete.
Al bonachón animal le caían toda clase de recompensa,
algunos le daban un panecillo, otros huesitos para perro y lo que más le
gustaba a Tetete, las hilachas de carne y pollo que le daba Julio, el dueño del
chifa.
-Soy un perro muy mimado- pensaba Tetete- mientras caminaba
por la vereda con las orejas paradas y un andar elegante que contrastaba con su
fealdad. De pronto, sintió un ardor profundo detrás de la oreja. Inmediatamente
saltó a un lado y se empezó a rascar con fuerza. Le costó un poco de piel y
sangre deshacerse de una garrapata abrazada a su piel. Cuando Tetete la vió
tirada en el suelo. Le enseño sus dientes, lo que era su costumbre. La
Garrapata que se llamaba Garrapatán, se hincó en el suelo y empezó a pedir
clemencia. Los grandes lagrimones afloraba a borbotones suplicantes.
Garrapatán al ver que el perro era bonachón y no corría
peligro decidió entablar lo que sería una larga y duradera amistad. La misma
que lo surtiría de su sabrosa dotación de sangre para subsistir.
En poco tiempo Tetete se dejaba picar por Garrapatán ya que
estaba convencido que de lo contrario no podría vivir. Y la astuta Garrapata se
había ingeniado para fomentar y aumentar todos los temores de Tetete, haciendo
que cada día sea más dependiente de sus consejos.
Con el tiempo Garrapatán abusando de las dosis de sangre ya
estaba a punto de reventar de lo gordo y rechoncho. Y no solo él, su familia
también se había unido.
Sin embargo Tetete aunque comía de todo, cada día estaba más
flaco.
El preocupado vecindario decide llevar a Tetete al
veterinario para saber cual era su mal.
-¿Qué será de mi?- dijo susurrante y angustiado Tetete al
ver que su amigo sería descubierto.
-¡Idiota!- pensó la Garrapata.