El deseo en el Puente de los Suspiros
Cuculi, una alegre y despreocupada adolescente, paseaba con su mejor amiga por los grandes almacenes de una tienda miraflorina en busca de un lindo vestido para un concurso de canto en el tradicional distrito de Barranco.
-Te lo dije, Cuculi. Aquí no podremos comprar nada, es demasiado caro para nosotras.– apenada le decía Rosita a su inseparable amiga.
–Deja de lamentarte, Rosita. Ya encontraremos algo. Mira, allá están las ofertas.
Y en verdad tenía mucha razón la joven Rosita, por más que buscaron y rebuscaron por toda la tienda, nada se ajustaba al presupuesto que tenían. Pero Cuculi desde muy pequeña siempre ambicionaba lo que no podía tener.
Ambas estudiaron desde inicial en un colegio religioso y pasados los años las dos se graduaron al mismo tiempo. Compañeras de carpeta toda la vida. Se conocían a la perfección y aunque Rosita sabía de la debilidad de su amiga, siempre era tolerante con ella porque había perdido a sus padres en un accidente y vivía sola con su abuelita. Ahora se preparaban para el gran concurso, «La Flor de la Canela», en una peña barranquina. La idea de participar fue de Cuculi ya que ambas cantaban en el coro del colegio y tenían una voz privilegiada. Después de dar varias vueltas en la tienda, Rosita finalmente logró convencer a Cuculi de comprar una tela para confeccionar los trajes del concurso.
Aunque sumamente mortificada, Cuculi aceptó ir al Centro Comercial Gamarra a comprar la tela y los adornos porque los precios eran muy económicos. Luego, se fueron a la casa de Rosita a pedirle a su madre que se los confeccione.
-Gracias, doña Teresita. Verá usted que vamos a ganar esos tres mil soles y así le devolveremos los gastos de la confección.- le decía muy convencida Cuculi a la amable señora.
-No te preocupes, hijita. Yo lo hago con el mayor de los agrados. Ustedes ensayen con ahínco, además, el concurso está cerca.
Así lo hicieron las dos jóvenes. Todas las tardes después del colegio se quedaban en la casa de Rosita para ensayar. La base del concurso era que las canciones tenían que ser de la compositora peruana Chabuca Granda, de allí el nombre: «La Flor de la Canela», que era precisamente la canción que cantaría Rosita. Cuculi escogió José Antonio, otra linda melodía.
Así pasaron tres semanas entre idas y venidas a la casa de Rosita y en la confección del traje, que por indicaciones de la exigente Cuculi, la pobre señora había desatado varias veces. Y es que en su afán de verse delgada, Cuculi había bajado mucho de peso.
-Ya, niña. Si sigues adelgazando no te va quedar el traje nunca, además, estás muy linda así.
Contrario a su amiga, Rosita comía todo el día de puros nervios. Tenía pánico de la llegada del día del concurso. Al revés de su amiga, cada semana su madre tenía que aumentarle una talla del vestido.
-Escucha bien, Rosita. Que sea ésta la última vez que arreglo el vestido. O dejas de comer, o lo vas a reventar el día de la actuación.
-Lo siento, mamá. Es que tengo los nervios de punta de pensar que me voy a presentar en esa gran peña. La verdad, creo que no estoy preparada.- al escucharla, Cuculi saltó de su asiento y le dijo.
-¿Qué hablas, Rosita?, tú tienes mejor voz que yo, además, es el tema principal del concurso, así que ni te preocupes. El primer lugar y el segundo están garantizados con nosotras.
Hasta que llegó el gran día. Rosita no pudo pegar los ojos toda la noche, en cambio, Cuculi durmió muy bien soñando en ganar el concurso.
-Salgan de una vez, el taxi está en la puerta. Deja ya de tocarte el cabello, Rosita. Estás muy bien y tú, Cuculi, no te olvides de las entradas, acuérdate que tenemos que recoger a tu abuelita.
A toda carrera entraron al auto y en el camino Cuculi tarareaba la canción José Antonio mientras con las palmas se acompasaba. Rosita la miraba nerviosa y las rodillas le temblaban. En un momento su mamá le tomo la mano y le dijo:
-No te preocupes, hijita. Sé que lo vas hacer muy bien.
Al llegar, una cola de dos cuadras daba la vuelta a la gran casona, frente al Puente de los Suspiros, un tradicional y conocido lugar barranquino con hermosos faroles y un sendero empedrado con casas muy antiguas a los costados, justo debajo del gran puente de madera. Al verlo, la abuelita dijo:
-¡Qué bello lugar! aún con el paso del tiempo no ha perdido su belleza. Antiguamente, los enamorados pasábamos sin respirar todo el trayecto, convencidos que si pedíamos un deseo, se cumpliría. Yo con mi marido, que en paz descanse, la primera vez que pasamos, pedí casarme con él y mira que se cumplió mi deseo.
No bien terminó de hablar la abuelita, Cuculi jaló a su amiga hacia el puente y le dijo:
-Corre, Rosita. Aún hay tiempo de pedir el deseo.
Ambas pidieron lo mismo, ganar el concurso y regresaron al lugar escuchando el murmullo de las jóvenes, algunas tan nerviosas como Rosita, otras tan seguras como Cuculi. Una vez que entraron tuvieron que despedirse de la señora Teresita y de la señora Margarita, la abuelita de Cúculi, quienes se acomodaron en la primera fila en el gran patio preparado para la ocasión, justo detrás del jurado. Distraídamente veían las grandes celebridades de la música criolla desfilar por ahí, mientras la abuelita se encargaba de contarle a la señora Rosita sobre las fiestas de su época en el parque de Barranco, muy cerca del lugar.
El ruido cesó cuando las luces se dirigieron hacia la hermosa terraza, donde apareció el maestro de ceremonias caminando pausadamente, haciendo sonar la suela de sus zapatos contra los grandes tablones del piso en un hermoso zapateo al compás del cajón. De pronto, un caballo de paso apareció en el gran patio moviéndose al mismo compás de la música, como es característico en este hermoso caballo peruano. El chalán regalaba rosas al público y la gente aplaudía entusiasta.
Acabada la presentación, fueron desfilando una a una las jóvenes intérpretes. La gente aplaudía acaloradamente a la que mejor cantaba. La señora Teresita y la abuelita Margarita se sentían muy contentas. Estaban muy seguras de Cuculi y Rosita, dando el triunfo de antemano.
De pronto, anunciaron a Cuculi. La señora Teresita se paró para aplaudirla, recibiendo un silbido de los familiares de la competencia. Mortificada, se sentó y entre dientes le dijo a la señora Margarita:
-Recién ahora verán lo que es bueno, já.
Muy dueña de sí y con una seguridad avasalladora, Cuculi se adueñó del escenario. Las palmas no se dejaron esperar y se oían elogios de los miembros del jurado. Tanto éxito tuvo, que el público empezó a corear. «Otra canción ...viva la mejor».
El maestro de ceremonia se acercó a la joven y siguiendo las recomendaciones del respetable le pidió a la niña que cante otra canción. En ese momento, Cuculi se puso nerviosa. Esa era la única canción que había ensayado. Bueno, no la única, también sabía de memoria la canción de su amiga. Volteó hacia donde estaba ella y la quedó mirando. Rosita la aplaudía a rabiar al igual que el público que cada vez más exigente, pedía otro tema.
Sin poder detenerse Cuculi les dijo:
-Gracias por el aplauso, voy a cantarles el tema del concurso. Para ustedes, con mucho cariño, «La flor de la Canela»- la madre de Rosita no podía creerlo. ¿Qué iba a cantar su hija ahora?. La abuelita también estaba consternada por la actitud de su nieta y preocupada por la reacción de la señora Teresita quien balbuceaba incoherencias. Cuando la canción terminó, el público levantado de sus asientos aplaudía sin cesar.
Cuculi se fue contentísima hacia su amiga quien con lágrimas en los ojos le dijo:
-¿Qué voy hacer ahora?, no sé otra canción...- sin poder continuar con lo que decía, oyó su nombre para salir al escenario. Cuando lo hizo, los acordes de la canción empezaron a sonar y la gente fastidiada no bien empezó a cantar la silbaron y abuchearon.
-No, otra vez la misma no. Que cambie de canción.
La niña no pudo soportar la presión del público y salió corriendo del escenario. La señora Teresita corrió a su encuentro, no sin antes acercarse a Cuculi, quien nerviosamente se refregaba las manos.
-Eso no se hace, niña. Hay algo más importante que todos los premios y que no tiene precio, se llama lealtad. Y déjame decirte que tú no la tienes. ¡Cuánto lamento haberte acogido en mi casa!- le dijo indignada.
Finalmente, llegó el fallo del jurado dando como ganadora a Cuculi, mientras Rosita no dejaba de llorar por la vergüenza que sentía. La joven ganadora entre una mueca que simulaba una sonrisa no podía ocultar su tristeza entre cientos de papelitos de colores y globos que caían del techo como fin de fiesta. Al mirar el tumulto de gente, logró ver la cara triste de su abuelita. Giró hacia el escenario y moviendo la cabeza de un lado a otro recibio el micrófono. Luego de tomar una gran bocanada de aire, se dirigió al jurado y les dijo:
-Agradezco a todos ustedes el premio, pero en verdad no lo merezco. Yo canté la canción de mi mejor amiga que durante semanas había ensayado conmigo y por eso conocía muy bien la letra. Al sentirme ovacionada por este caluroso público decidí cantarla y con ello no le dí la oportunidad a Rosita de concursar. Quisiera pedirle disculpas a ella, a su madre, la señora Teresita, quien con tanto cariño confeccionó los trajes que hoy llevamos puestos y a mi abuelita que se encuentra presente. Quiero decirles también que sólo aceptaré el premio si lo comparte Rosita conmigo.- sin más palabras que decir, la joven se quedó quieta. El público enmudeció.
La abuelita Margarita asentía con la cabeza la decisión de su nieta y orgullosa derramaba unas lágrimas. Mientras tanto, una tímida joven se hacía paso hasta el estrado. Pausadamente, Rosita se acercó a Cuculi y con un abrazo la perdonó.
El público nuevamente ovacionó a las jóvenes pidiéndoles que cantaran juntas. Ambas rieron nuevamente ante la algarabía de todos los presentes y los deleitaron con las canciones ganadoras mientras la señora Teresita aplaudía sin parar junto a la abuelita Margarita, quien le decía:
-Errar es humano, perdonar es divino. Los tiempos cambian pero los sentimientos no, como decía mi finado esposo.- luego de escucharla, de un sobresalto doña Teresita codeaba a la abuelita diciéndole:
-¡El deseo, se cumplió el deseo del Puente de los Suspiros!- ante la risa cómplice de la abuelita.
Autora: Patricia Fernandini León
Autora: Patricia Fernandini León
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