Escribir este libro,
Cambalache racial ¡No le digas chola a la india! , es una catarsis a lo que en el Perú y por qué no, en el mundo pudiera significar el racismo, una liberación de sentimientos ocultos que salen a la luz para iluminar y entender qué es lo que nos sucede a muchos en el trato con personas a las que consideramos de bajo nivel o más claro, los cholos en Lima.
Decir cholos hoy en el Perú, es peor que una mentada de madre, porque la gran hipocresía aristocrática que así piensa, se cuida mucho de parecer racista a la sociedad mayoritaria que no acepta este término. Pero, ¿no suena gracioso?, hablar de cholos en el Perú, cuando, como decía el gran costumbrista Ricardo Palma, el que no tiene de inga tiene de mandinga. Todos somos mestizos, una mezcla de sangre, aunque muchos nieguen que en su ADN exista algo de indio, negro, asiático. Sin embargo, muy por el contrario, tener algo de blanco y ser claritos de piel sirve para pregonar y aludir un pasado europeo. No habría porqué criticar esta actitud si por historia sabemos que esto viene desde la conquista, los criollos, es decir los hijos de los españoles nacidos en América a mediados del siglo XVIII, y los mestizos, hijos de españoles y de madre india se sintieron siempre discriminados sin tener, necesariamente ese color de piel, dizque humilde. Pero en esa época, como muchas cosas hoy en día, el dinero ayudaba, y mucho. Los padres españoles pagaban sumas de dinero para que sus hijos aparecieran como españoles. A eso quería llegar para decir, que nadie quería ser criollo o mestizo para poder ser favorecidos en empleos y en cargos públicos y eso, aunque parezca mentira está enraizado en el ADN de muchas personas. Es, entre comillas, lo obvio, lo natural. Un selvático puede curarse de muchos males sin saber ni cómo lo hace, por su experiencia autóctona de una cultura heredada por sus padres. Para ser más descriptivos, el perro come hierba cuándo se siente con pesadez o mal de estómago, decimos se está purgando. Disculpen la comparación. Sucede así que nadie piensa y sabe por qué de un momento a otro reacciona con un ¡cholo de mierda!
Les voy a contar la historia de una familia miraflorina donde se desarrolla tranquila y apaciblemente una infancia, que no tiene nada de espectacular, pero que encierra parte de ese pasado que hoy se intenta desconocer e ignorar, pretendiendo olvidar la diferencia de estatus social que es parte de la historia de nuestro pueblo. Bueno, partamos por ahí, hay que reconocerlo, unos nacieron en cuna de oro y otros sin cuna, y no por eso son menos peruanos. Ambos son tan peruanos como la papa, la chicha morada. Hago la precisión porque observo un intento de dividir al peruano cuando sesgadamente se exalta el orgullo nacional si se tiene un pasado de pobreza, limitaciones y haber comido en olla de barro y cuy o haberse ensuciado los pies con tierra para ir a la escuela. No señores, todos somos peruanos, mestizos todos, porque de eso no hay duda alguna, pero sí de diferente condición económica por herencia y por méritos propios, según los casos. Y aquí, aunque no lo crean, más racista resulta el nuevo rico quien no se cansa de despreciar al humilde para asentar su nuevo status. En esta larga cadena de incomprensiones, de prejuicios, de desatinos, donde no vale el sentimiento que cada uno lleva sino la apariencia, el dinero contante y sonante, se compran escalones de barro que la realidad desmorona, se generan hordas de descontento en busca de una pretendida igualdad cada vez más lejana. Si queremos un país con inclusión social debemos hablar a calzón quitado como decían las abuelas.