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miércoles, 8 de junio de 2011

Ciudad Joven III.



La «ruler» de Anita

Si había una niña desobediente, engreída y pleitista, ésa era Anita. La «Malita» como le decían sus amigos porque no aguantaba pulgas y se trenzaba con los chicos del barrio. Ella creció entre patines, bicicletas y juegos de niños. Lo que no se podía negar es que esta niña, tenía una gran personalidad y se hacía respetar a la hora de escuchar todas las burlas de los muchachos de la cuadra donde vivía. En suma, era como dicen un fósforito y así lo reflejaba en la cara porque se ponía cual tomate cuando se encolerizaba al oír su apodo, luego se lanzaba encima de ellos y les daba una gran paliza. Por eso cuando la veían cambiar de color todos los muchachos se iban a la carrera para no caer en sus puños y arranques de furia.
–¡Cuidado con la Malita, ya se puso roja, corran! –gritaba Daniel uno de los muchachos quien a pesar de todo le tenía gran estima a la niña. En realidad la admiraba y con el tiempo se llegó a enamorar de ella.
–¡Pobre de ustedes que vuelvan a esconder mis patines, ahorita los atrapo y les doy una zumbada! –amenazaba Anita. En tan sólo unos minutos la esquina donde se reunían ya estaba vacía.
Anita se quedaba sentaba en la vereda leyendo el letrero  del restaurante de la esquina con el menú del día viendo la banca de fierro donde se sentaban vacía ante la estampida de sus más queridos amigos, provocando una sonrisa en ella de felicidad al sentirse dueña de la cuadra. Pasados unos minutos regresaban los muchachos, porque así como se encolerizaba Anita, rápidamente se olvidaba de lo ocurrido y jugaba con ellos nuevamente.
–Daniel, trae la pelota vamos a jugar. Hoy nuestro equipo va a ganar. No hay manera que perdamos. Corre que ya son las cinco y tengo que hacer las tareas –le decía.
–Listo, Mali –sin terminar la palabra corrigía: Malita... perdón, Anita. Digo.
–Ya no digas nada. Malita tu abuelita. Ja, ja.
–Tampoco, tampoco, Anita –reclamó María, su mejor amiga y agregó: –¡Nada tiene que ver la abuelita aquí!
  Ambas se rieron y se fueron al parque para esperar la pelota.
Entre juego y juego con amistades entrañables, pasaron los años más rápido que un suspiro. Anita y María tenían ya trece años y aunque estaban bien creciditas seguían patinando, montando bicicleta y jugando pelota. 
Un día montando bicicleta Anita se dio cuenta que su short amarillo se le había manchado. Al darse cuenta su amiga por la cara de Anita, le gritó: 
–¡Te vino «la rulerr», Anita! –aludiéndose a la menstruación.
–¡Cállate, tarada! Te van a escuchar todos los chicos.
–Vamos a tu casa. Debes hablar con tu mamá. Ya eres una señorita Anita, que suerte tienes. Yo aún no me enfermo.
–Suerte...  «Aj» No te das cuenta que ahora todo se me complica.
Apenas llegó a su casa, Anita le contó a su mamá lo sucedido. La señora María José le recomendó a su hija todo lo que debía hacer en esos casos. Sobre todo le dijo: 
–Debes estar siempre preparada para esa visita inesperada para evitar accidentes desagradables. 
–Ya mamá, ya mamá –contestaba Anita pensando que era un exceso las recomendaciones de su madre.
Y en verdad, Anita tan engreída como descuidada pasaba cada susto por no tener en cuenta los días en que le venía « la ruler» como le decían las colegialas. Y muchas veces causaba molestias en su casa y también en la casa de su mejor amiga quien ya estaba aburrida y cansada de las visitas inesperadas de Anita.
–¡Ah no, Anita! Ahora sí que no te echas en mi cama, ya van dos veces que me ensucias el edredón y me tengo que dar el trabajo de lavarlo todo –le decía María a su amiga.
–No seas tonta, hoy no me toca. Eso fue la semana pasada, ¿no te acuerdas?
–¡Ah sí, de verdad! Es que tu eres una atolondrada y paras manchando todo. Lo que es yo, ya te tengo miedo, ja, ja. 
Ambas amigas tomaban a broma los descuidos de la joven hasta que un día ese olvido le hizo pasar el mayor susto de su vida. Resulta que ya los amigos del barrio no jugaban con ellas muy seguido y menos se les ocurría ponerle apodos o pelearse con Anita como cuando eran niños ya que Anita era muy bonita y los chicos lejos de fastidiarla la enamoraban, sobre todo cuando salía a patinar. 
Se juntaban en la misma esquina pero para charlar, escuchar música o intercambiar DVDs de películas. Esas tardes eran una maravilla para todos, sin más preocupaciones que los exámenes del colegio y el ¿qué me pondré? de las jóvenes el fin de semana.
–Anita ya se acabó el año, viene la fiesta de Promo. ¿Con quien vas a ir? –le preguntaba Daniel, su eterno enamorado, quien embobado la veía patinar y sin atreverse a dar la iniciativa para invitarla de pareja a la fiesta de promoción.
–Con el más guapo de todos, Aurelio Motta Riquelme. ¿Quién más?
–¿Ya te invitó? Yo pensé que irías conmigo –le contestó desilusionado el joven.
–Clarinete, Daniel. No te pases, tu eres mi amigo y nada más. 
Daniel tenía que conformarse con ser tan solo su amigo, ya que Anita solo lo veía como tal. No sabía que él estaba enamorado de ella desde niño y que siempre abrigaba en secreto la esperanza de que ella se fijara en él.
Empezó toda la parafernalia para la fiesta de promoción. Anita quería un vestido que había visto en la última revista de Vogue y ya se lo estaban confeccionando tal cual. Las sandalias con un enorme taco las había comprado con María, teniendo en cuenta que casi volteó de cabeza la zapatería para decidirse ante la paciencia de su querida amiga. Ahora sólo le faltaba decidir con qué peinado ir y ese era otro punto sumamente importante para ella.
–¡Anita la fiesta es este fin de semana! Ten cuidado no te vaya venir esa visita inesperada. Apunta en el calendario y así no te das un gran susto –le decía su mamá conociéndo lo descuidada que era su hija con esa fecha.
–¡Por Dios, mamá! No hay forma de arruinarme ese día. Me toca los primeros días –sentenció Anita muy segura de lo que afirmaba.
–¡Te he dicho que apuntes en el calendario, niña!
–Eso era un tu época mamá. No se me ocurre. Ja ja. –se burlaba la joven.
Por fin llegó el gran día, la soñada fiesta de promoción. Eran las nueve de la noche y Anita estaba muy nerviosa porque Aurelio Motta Riquelme aún no llegaba. Escuchaba el reloj cucú marcar las nueve de la noche en el comedor de la casa y hasta sentía que el cucú se burlaba saliendo de su casita para indicar la hora.
–¡Pajarráco estúpido métete a tu casa que aún no llega mi príncipe encantado! –hablaba sola Anita mientras su hermanito sentado en el comedor se reía de su nerviosismo y le repetía una y otra vez un sonsonete para fastidio de la joven.
–¡Ya no viene por ti: Ja, je, ji, jo ju! No viene, no viene!
–¡Ahorita me olvido que estoy con este traje y te zumbo Javier! Espérate, ahorita te alcanzo y… – ya se estaba remangando su vestido largo para alcanzar a su hermanito cuando de pronto, sonó el timbre.
Una sonrisa de felicidad hizo borrar la cólera de Anita contra su hermano menor. A partir de ese momento Anita era un dulce. Recibió una hermosa orquídea color lila de acuerdo al tono de su vestido. 
–¡Está hermosa Aurelio! ¡Gracias! –le decía mientras se perdía en esos hermosos ojos castaños del guapo y atlético joven.
–De nada, Anita. Tu estás más bella aún. 
Palabras suficientes para que Anita se sonrojara y derritiera de la emoción. Afuera los esperaba un  moderno auto con chofer el mismo que los llevaría a un famoso club donde sería la fiesta.
A partir de entonces Anita vivía un cuento de hadas. Aurelio era muy galante y ella por primera vez se sentía toda una mujer. Ambos se divertían mucho bailando entre sonrisas y susurros hasta más no poder. Anita se daba cuenta que era el centro de atención porque sentía las miradas clavadas encima de ella, algo que la hacía esmerarse al caminar y poner ciertas poses de diva.
Su amiga María, quien no tenía pareja hasta último momento terminó yendo con Daniel a pedido de Anita. Lo que la salvó de ir con su hermano o algún primo de la familia como suele ocurrir muchas veces a falta de pareja lo que ocasionó más de un disgusto para ella porque Daniel no dejaba de ver embobado al amor de su vida, Anita.
–¡Ya te he dicho que dejes de mirar a Anita! Ahorita te hago tragar esta flor horrible que me has dado que más parece un yuyo!
–No te molestes María, ya sabes que Anita es mi love. Además yo no iba a venir... 
Y así, entre discusiones y reclamos, esta pareja dispareja continuó en la fiesta. Después de todo, «peor es estar sola» pensaba María para darse ánimos.
Ya eran las dos de la madrugada. Anita y Aurelio se fueron a sentar a una de las salitas que daba a una terraza iluminada con luz muy tenue. Era una maravilla el efecto que daba la luz amarilla sobre unos sofás con cojines color hueso y los grandes jarrones de flores en tono marfil y melón a juego en la terraza. Todo era perfecto para ese momento. Anita tomaba su segunda piña colada y estaba muy entusismada pensando que en cualquier momento Aurelio le daría un piquito o besito y precisamente, en eso pensaba él.
Si por Anita fuera se hubiera quedado contemplando a su pareja toda la noche pero de pronto, sintió un dolor de estómago y una sensación algo incómoda. 
–¡Dios santo, me vino «la ruler»! –pensó Anita sin poder ocultar su desazón. La misma que fue notada por su pareja quien preocupado le preguntó:
–¿Qué te pasa Anita? ¿Qué dije? 
–Nada, Aurelio. Nada –le contestó la joven tratando de pensar cómo salir del embrollo. Si por ella fuera hubiera desaparecido del lugar. Definitivamente, apenas se parase del sofá era seguro que el color perla del cojín tendría una enorme mancha roja. ¿Qué podía hacer? Si le hubiera hecho caso a su madre nada de esto habría pasado. ¿Le tendría que contar a Aurelio Motta Riquelme lo ocurrido? ¡No, eso nunca, ni pensarlo! ¿Y si salía corriendo? Era peor, su vestido también estaría manchado y lo verían todos. ¿Qué hacer? Mientras la cabeza de Anita se llenaba de preguntas sin resolver, Aurelio hablaba y hablaba y ella sólo asentaba con monosíbalos afirmativos o negativos.
Hasta que a las tres de la mañana todos se enrumbaron contentos a comer algo en el amplio comedor del club.
–¡Vamos Anita, hay que ver que hay en el comedor, tengo hambre! En ese momento, se acercó un mozo para preguntarles si deseaban que les trajera algo.
–¡No! –dijo Anita a secas. Para luego decir: Bueno, Aurelio yo voy a ir al baño, le puedes decir a María que venga un ratito, ella tiene mi labial y necesito un retoque.
–Así estas bellísima. Pero si quieres te acompaño Anita –respondió el joven.
–¡No! –Contestó enérgicamente la joven para luego suavizar lo dicho con una voz aterciopelada: 
–Disculpa, es que mi mamá debe estar tan preocupada y también debo llamarla. 
Anita logró finalmente que el joven se marchara, aunque pensando para sí:  
–¿Algo le pasa a Anita? Ya lo descubriré. 
Cuando Aurelio se perdió de vista Anita suspiró algo aliviada, aunque aun le faltaba salir de ahí sin que los mozos se dieran cuenta de lo sucedido. Pasaron diez minutos interminables y María no aparecía, Anita veía al mozo ir y venir sin poder levantarse para salir corriendo al baño.
Por fin llegó María. Anita con la velocidad de un rayo le contó lo sucedido.
No debería decirte esto. Pero... ¡Te lo dije mil veces Anita...! Ya iba  a seguir hablando pero la cara pálida de su amiga la detuvo para planear primero cómo deshacerse del mozo. La solución fue pedir dos desayunos en la terraza. Apenas salió el mozo se levantó Anita y en verdad sus sospechas eran fundadas. Una gran mancha escarlata había quedado sellada en el enorme cojín.
Anita le puso una servilleta encima para tapar la mancha pero a María se le ocurrió algo mejor, darle la vuelta al cojín.
–¡Listo, Anita! 
Al ver el vestido de Anita que era de color claro María dio un grito: 
–¡Anita la mancha es enorme, no se cómo haremos para que no se den cuenta! 
Mientras hablaba movía las manos de un lado a otro nerviosamente.
–Deja de moverte que me pones más nerviosa y se van a dar cuenta. !Sígueme, lo más cerca que puedas. Tenemos que llegar al baño! –le pidió Anita a su amiga.
  Y así fue, María y Anita parecían pegadas caminando una detrás de la otra como en fila india. Felizmente, la mayoría estaba en el gran comedor tomando el desayuno. No hubo nadie que se les cruzara en el camino salvo las miradas curiosas de los mozos al verlas caminar como siamesas pero, para mala suerte de Anita, ella y su amiga estaban bajo la atenta mirada de Aurelio, quien agasapado detrás de una columna se había dado cuenta de todo, nunca se fue para averiguar que estaba pasando con Anita. Se rió y fue a contar lo sucedido a sus amigos, tomándolo en broma.
Anita sin sospechar que su secreto estaba siendo divulgado, ya en el baño con su amiga, con la ayuda de la señora de limpieza lograron quitar la mancha con bastante agua fría. La secaron con el seca manos y el vestido quedó sin rastros.
Ya eran casi las cuatro y media de la mañana cuando María y Anita aparecieron sonrientes como si nada hubiera pasado, pero empezaron a escuchar los estúpidos cuchicheos de algunos jóvenes en complicidad con Aurelio, quienes eran tan infantiles, y faltas de cultura que no se daban cuenta que era tan solo un cambio hormonal, el mismo que han pasado todas las nujeres, incluso sus madres y que no merece broma alguna, salvo que sean unas criaturas sin razonamiento, por decir lo menos.
  –Anita estas hermosa. ¡Auch! Una patada en la canilla de Daniel de parte de María lo dejó sin habla ante la risa de todos, pero contrario a lo que pensaba María, Anita valoró a su amigo en ese momento y enterada de la indiscreción de Aurelio Mota Riquelme, tomó la mano de Daniel, quien en ese momento demostró ser un hombre inteligente y respetuoso y se puso a bailar con él, ignorando a su pareja de baile, quien quedó a un lado por su falta, terminando por irse de la fiesta, convirtiéndose desde entonces en la peste para las chicas, quienes temían caer en sus burlas.
Daniel estaba feliz de estar con Anita y no podía creer cómo desencadenaron las cosas, las mismas que acercaron ese amor que hasta unas horas veía imposible. El desencanto de Anita por el más guapo del barrio, era una realidad a favor de él.
–Bien dicen que el que la sigue, la consigue –pensaba María, quien se quedó sin pareja de baile pero estaba feliz por su amiga y saboreando todo lo que podía del delicioso buffet.
Llegando a casa, Anita le contó a su mamá lo ocurrido y doña María José sentenció:
–¡La visita inésperada, mi hija! Apunta en el calendario niña que te va a pasar, otra vez, Andrés.
–Amén –contestó Anita dándole la razón a su madre y desde aquella vez apunta en su calendario «Andrés» porque viene una vez al mes.